11/05/2007

Muerte repentina

Por: José Ignacio Urday Herrera

Descubrieron mi cadáver contorsionado en un rincón de la vivienda, en un extraño arabesco producido por la caída que me destrozó el cráneo. Recuerdo el instante preciso, tomé una silla para coger una caja con fotos que guardo sobre una de esas estanterías que están en mi casa y hacen desaparecer las paredes, me puse de puntas en un equilibrio forzado y caí. Una muerte ridícula, monótona, rutinaria. La sangre empezó a manar de mi cabeza, una hilera roja que avanzaba por el suelo y que salpicó el sofá, las paredes, las estanterías, confundiéndose con los trozos del cristal de la mesa y las fotos de un pasado que se iba. La silla quedó volteada, retorcida, como mi cuerpo, con las piernas contraídas y los brazos chorreados. No hubo túnel ni luz blanca, no hubo una hermosa voz redentora ni la visión de un paraíso acogedor. No. Nada de eso. Me quedé atrapado en mi cuerpo inerte, esperando una nueva vida, un renacer que temía nunca viniera. Pensé en el primer gesto de sorpresa y asco que provocaría en quien me descubriera. Esa desconocida mirada me persiguió durante las primeras horas. Él o ella que se acercaba a mí, me moverían en busca de algún signo vital, y se estremecería por la quietud y la muerte. Una rápida búsqueda de un teléfono y una llamada angustiada al servicio de urgencias. La habitación se llenaría de desconocidos y yo ahí, tumbado, inmóvil, incapaz de hacerme ver a pesar de ser el centro de atención. Me hubiera gustado recomponer el cuerpo, el gesto, coser la profunda herida de mi cráneo, hacerme presente en el ambiente que yo mismo cree estando muerto, y probablemente estaría pasando en ese momento. Imagine que dicha desafortunada persona asistiría a la representación de frases vacías y huecas de significado, lamentos y palabras de condolencia falsos, qué pena, si José Ignacio nunca dio problema alguno..., si era callado, tímido, buena persona, siempre educado..., nunca escuchamos ruidos extraños en su casa..., con tanta vida como le quedaba por delante... Mirarían alrededor, a los objetos que podrían definirme, las miles de películas y cd´s agolpados en los estantes las fotos desperdigadas en el suelo donde verían mi infancia en una tierra perdida mezclada con las imágenes de mis antiguos viajes y de amigos y mujeres a los que perdí la pista. Querrían buscar los detalles raros e inconfesables de mi vida, los secretos que todos escondemos, un último vistazo a mi vida antes de olvidarme por completo. Me llevarían a un ataúd, me desnudarían, me destriparían y vaciarían, me coserían la piel y me enterrarían. Y ya está. Me acabaría yo.

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